Muchas veces el agua presenta un aspecto bastante pacífico, incluso en espacios acuáticos que por sus características son peligrosos. En este caso me gustaría hablar de los ríos.
Los ríos son entornos acuáticos ciertamente peligrosos, aunque muchas veces nos parezcan inofensivos. Ríos tranquilos, con poco caudal de agua y sin corrientes. Ríos que no presentan rápidos y en los que no se percibe peligro alguno. Zonas de ríos en los que parece que haya suficiente profundidad como para tirarnos de cabeza, para disfrutar de un buen chapuzón en un día caluroso de verano.
Gereralmente no se suele ver desde la orilla la profundidad que tiene el río, si es zona profunda pero tampoco se pueden ver si hay rocas debajo. Por lo tanto, hay que tener mucho cuidado y asegurarnos antes de saltar al río de cabeza si esa zona es segura o no.
Tuve una alumna, Juani. Mujer adulta, de 46 años, que estuvo apunto de ahogarse en un río. La sacaron del río in extremis, apunto de ahogarse.
Sabía nadar algo y con ese escaso bagaje se metió en el río. Tuvo claro que el poco conocimiento que tenía para nadar casi le ahoga. Creyó que con lo que sabía podía meterse en cualquier sitio.
Tras esa desastrosa experiencia se apuntó a un curso de natación para aprender a nadar bien. Al empezar con las clases no era capaz de meter la cabeza en el agua. Se dio cuenta que le había cogido mucho miedo al agua tras el susto de ahogamiento.
Se apuntó a un curso de natación. Intentaron enseñarla a respirar, etc. pero no era capaz de meter la cabeza en el agua. El problema es que en las clases de natación para adultos los instructores no se paran demasiado a atender a los alumnos que presentan problemas especiales.
Finalmente, Juani tuvo que buscar otra piscina. Se apuntó de nuevo a otro curso de natación. Pero en el nuevo curso tenía muchos alumnos. Eran muchos en el grupo y el nuevo monitor tampoco podía atenderla como ella quería y necesitaba.
Por fin encontró el nuestro y decidió apuntarse. El problema que nos planteó Juani no era nuevo para nosotros. Nos suele venir gente con antecedentes parecidos a los suyos.
Tras unas cuantas clases superó el miedo a meter la cabeza en el agua. Superado este miedo, nos encontramos que también le tenía mucho miedo a flotar. Tuvo que hacer un gran esfuerzo y tener mucha perseverancia para llegar a flotar de forma autónoma.
Tras superar todos estos miedos y algunos más que se le presentaron, entre ellos el más importante fue flotar de pie en zona profunda, pudo empezar a nadar en todo el largo de la piscina, incluyendo la parte de la zona profunda.
Estaba bastante contenta. Había aprendido a nadar bien, aprendió recursos muy imporantes como las flotaciones verticales y ya no le daba miedo nadar en zona profunda ¿ o sí ?
La cuestión es que tras dejar el curso y ponerse a nadar y practicar todo lo aprendido todavía sentía que no estaba tranquila cuando nadaba. Tenía una cierta inquietud al nadar en la parte profunda. Entonces se dio cuenta que esa inquietud incesante que sentía cuando nadaba en zona profunda era el miedo al fondo. Pensaba que si se hundía no saldría nunca del fondo.
Cuando estuvo en el curso, trabajamos la relación con el fondo pero quizás no lo suficiente. Casi todos los miedos que se nos plantean se dan en superficie. Respirar, flotar, nadar, etc. Pero el miedo que subyace a todos los miedos al agua, es el miedo al fondo, es decir, el miedo a hundirnos y no saber salir de ahí. Si tengo miedo a flotar es por miedo a hundirme, a irme al fondo. Si tengo miedo a nadar en zona profunda es por miedo a hundirme, etc. Es el miedo al fondo. No saber salir de ahí abajo.
Volvió al curso planteándonos que todavía no se sentía bien, no se sentía cómoda ni segura en la parte que le cubría cuando nadaba y nos dijo que le tenía miedo al fondo. Pensaba en el fondo, en hundirse, le agobiaba pensar no saber salir de ahí abajo.
Teniendo en cuenta que Juani ya sabía nadar y flotar de pie en zona profunda además de otras habilidades acuáticas ( giros, cambios de posición, etc. ) nos centramos, fundamentalmente, en el problema que nos planteaba.
Para trabajar específicamente el miedo al fondo o el miedo a hundirse y no saber salir de esa situación, planteamos ejercicios encaminados directamente a conseguir una buena familiarización con el fondo.
Empezando en zona poco profunda:
El primer paso sería aprender bien las inmersiones básicas ( con ayudas ).
Aprender a salir de esas inmersiones.
A trabajar la respiración en inmersión, apneas, etc.
A quedarse en el fondo, a estar en el fondo y acostumbrarse a él.
Aprender a salir del fondo.
Aprender inmersiones avanzadas ( sin ayudas ). Técnicas de inmersión.
Iniciación al buceo básico.
Una vez que se ha familiarizado y ha tenido una relación con el fondo más amigable, más normal, en zona poco profunda, hay que pasar a la zona de transición ( zona en la que cubre bastante pero no del todo ).
En esta zona ya hay más profundidad, aunque todavía puede hacer pie. Aquí hay que seguir trabajando todos los ejercicios planteados anteriormente, salvo que en esta zona las inmersiones tienen que ser sin ayudas.
Después pasamos a la zona profunda y seguimos trabajando las inmersiones y la relación con el fondo.
Cada vez se va produciendo una mayor adaptación de las vías aéreas, oídos y la cara a la presión en profundidad. Los oídos especialmente, y la nariz. Juani, cada vez siente menos agobiada y se va acostumbrando a la presión del agua en el fondo. Cada vez se sumerge con menos esfuerzo y puede quedarse unos instantes sumergida en el fondo del agua sin agobiarse.
Ya sabe lo que tiene que hacer con la respiración, cómo debe subir y sabe mantenerse en flotación vertical tras la emersión.
Finalmente, tras el trabajo específico dirigido a que Juani superara el miedo al fondo. Nuestra alumna con paciencia y perseverancia ha superado definitivamente el miedo al fondo y ya nada tranquila y a gusto en el agua, cuando se adentra en zona profunda. Juani ya puede decir que al superar el miedo al fondo, finalmente ha superado el miedo al agua.