Hablando con mis alumnos, me doy cuenta que algunas veces se sienten avergonzados, por tenerle miedo al agua.
Lo primero de todo es recordar que el miedo es una emoción para la supervivencia. El miedo, ante una realidad objetivamente peligrosa, está para salvarnos la vida. Por lo tanto, tener miedo a ahogarse es absolutamente normal. Con lo que, no hay motivos para sentir vergüenza, por tenerle miedo al agua.
Lo irracional es no tenerle miedo al agua ( entiéndase que a la zona profunda ) si no sabes nadar. Al no saber nadar puedes, incluso, meterte en el agua en zona poco profunda con respeto o desconfianza pero esta circunstancia también sigue siendo normal, es lógica.
Simplemente, nos estamos metiendo en un medio desconocido que produce reacciones, que tiene efectos imprevistos ( sensación de desequilibrio, de flotación inesperada, de descontrol ) sobre el cuerpo al movernos a través del agua.
Por lo tanto, tenerle miedo al agua es natural. Otra cosa son los miedos exagerados, imaginados, obsesivos ( fobias ) que ocasionan un profundo miedo al agua.
Y, como tenerle miedo al agua es normal, y además, está para salvarnos la vida, no tiene sentido avergonzarse de ello. Todo lo contrario, es de personas sensatas no meterse en el agua cuando no se sabe nadar, o solo se sabe “algo” ( ojo con el “algo” porque muchos se creen que sabiendo algo de natación, ya son unos campeones, pero de esta clase de campeones están llenos los cementerios ).
También he detectado, en mis charlas con algunos de mis alumnos, una impresión negativa que es fruto del desconocimiento. Me comentan que son unos cobardes por tenerle miedo al agua. Nada más injusto y más alejado de la realidad.
Lo primero, nadie es un cobarde por no enfrentarse al miedo al agua. De la misma manera que a nadie se le ocurre decir que es un cobarde, por no atreverse a saltar en paracaídas o escalar una montaña. Todas estas actividades, incluida la de nadar, conllevan un peligro evidente de riesgo de muerte.
Con menos motivos aún, debemos pensar que somos unos cobardes al enfrentarnos al miedo al agua. Esto viene del hecho, de que cuando se enfrentan mis alumnos a un miedo concreto como es, por ejemplo, el sumergir la cabeza o flotar sin apoyos y no son capaces de hacerlo, se desmoralizan y les embarga un sentimiento de impotencia o de frustración.
Es lógico. Pero no nos confundamos. Cuando te enfrentas a tus miedos es justo cuando estás demostrando una gran valentía y una fuerte determinación. Independientemente de que te cueste un gran esfuerzo y no veas resultados al principio. Lo cual es lógico.
El problema, es que cuando nos enfrentamos directamente con el miedo, cara a cara, éste aparece como un muro gigantesco imposible de derribar y cuando pretendemos tumbarlo nos damos de bruces con él.
Aquí aparecen las dudas, los sinsabores. La incertidumbre. El esfuerzo no recompensado. Se pasa mal. Pasará tiempo hasta que lo tumbas.
Unos tardarán más otros necesitarán menos tiempo ( depende del grado de miedo que tengas, de tu carácter, de tus experiencias pasadas, etc. ) otros, desgraciadamente, no podrán, a pesar de intentarlo con ahínco.
Pero no pienses que te enfrentas tu solo al miedo. No estás solo. Hay instructores de natación, profesionales que te acompañan en ese camino. Nosotros te acompañamos, te ayudamos al máximo. Con un método de trabajo establecido, que ayuda y facilita bastante la tarea para tumbar ese muro.
La mayoría logran vencer el miedo al agua. A todos estos alumnos que lo han intentado les digo que son unos valientes. Incluidos los que, a pesar de haberlo intentando de todas las maneras posibles, finalmente abandonaron. El miedo al agua ( o cualesquiera otros miedos ) algunas veces es demasiado fuerte, demasiado profundo. A pesar de todo, se puede volver a intentar en otro momento.
Insisto, estas personas son las más valientes. Pueden estar orgullosas de haberlo intentado. De haberlo intentado en serio.
En la vida no se pueden ganar todas las batallas, pero sí se pueden encarar. Esto es lo verdaderamente importante. Enfrentarse a ellas.